martes, 14 de junio de 2011

Disparador: "El amenazado" Jorge Luis Borges.-


Sentado en el ventanal de la casa, mira la larga galería en donde alguna vez la amó con todas sus fuerzas, en donde enredó los dedos en sus cabellos, en donde construyó caminos con camisas desabotonadas, corbatas, faldas y zapatos. En su habitación, la veriedad de perfumes se mezclan dando una sensación de perfumería, pero después de permanecer un momento, aparece la esencia a rosa seca que ella sabía llevar. El girar de las agujas del reloj, no hacen más que revolver su pasado, y al revolverse, le añade un toque de llamadas a medianoche en donde se queda mudo de tanto que tiene para decirle.

Los abrazos ya no lo complacen, la imagen de su madre no le inspira tranquilidad. Sus hábitos, no existen. No tiene horarios para comer, no tiene horarios de trabajo. No tiene. No la tiene. Todas las tardes al caer el sol, se sienta al pie del naranjo del jardín, y entre aromas y dolor, él espera que regrese, como lo hacia siempre. Cuando no la ve llegar, no sabe si salir a buscarla (vanamente) o, encerrarse en su biblioteca a leer, o llorar, ya todo le da lo mismo. Nisiquiera los estantes llenos de libros por desempolvar lo motivan como antes. Todo es inútil. En sueños exclama su nombre, y despierto también la nombra.

Al anochecer, llena su vaso de whisky, y vuelve a retomar la galería, esquivando las baldosas que no se anima a pisar. De su bolsillo saca una llave, que abre la puerta que ella no conoce, ni va a conocer. Prende la estufa, se cobija con la manta roja que algún día fue testigo de los atardeceres fríos bajo el naranjo, y la contempla; en fotos, recuerdos, ropas y dolor.

El reloj anuncia la medianoche. Toma su sobretodo negro, y sale. Es momento de buscar, entre varios rostros maquillados, el rouge que algún día manchó su camisa, y su corazón.

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